¿Se ha preguntado alguna vez si sus hijos tienen tan claro como usted cuáles son esas razones que deben motivarlos a estudiar? Los motivos son importantísimos porque constituyen una gran ayuda para el estudiante. Pero, ¡cuidado!, no hay que llegar a la falsa conclusión de que gracias a ellos ya no se necesita del esfuerzo personal. Por el contrario, los motivos despiertan interés, ayudan a centrar la atención y estimulan el deseo de aprender.
Padres y maestros deben saber que los motivos no surgen por sí mismos, sino que es necesario ayudar a que niños y adolescentes los adquieran; después, hay que enseñarles a cultivarlos. También es fundamental conocer que cada motivo tiene su grado de importancia: los hay buenos y malos, convenientes e inconvenientes.
Hoy en día, a muchos niños les falta voluntad para estudiar y, si la tienen, suele ser muy débil, lo que puede desencadenar males mayores como la pereza mental o el rechazo total de sus deberes escolares con los consecuentes resultados en sus calificaciones. Es probable que esta actitud apática en chicos y grandes obedezca a que no existen en ellos razones convincentes para estudiar y por ello no les parece nada atractivo asumir su rol como estudiantes. ¿La razón? Falta de motivación.
La motivación extrínseca es aquella que se basa en satisfacer necesidades externas del estudiante. Padres y profesores son los encargados de ofrecerles incentivos que contribuyan a despertar su deseo por estudiar y el interés por ganar méritos con su propio esfuerzo: un juego de video, un viaje, un permiso para el fin de semana, etc.
La motivación intrínseca o automotivación se basa en satisfacer necesidades internas del estudiante; la desarrolla el propio alumno y gracias a ella se motiva por sí mismo. Esta actitud no necesita de incentivos o estímulos externos.
Padres y maestros pueden emplear los dos tipos de motivación, ya que se complementan entre sí. Sin embargo, conviene recurrir mucho más a la automotivación que a premiar con incentivos, sobre todo después de pasar la etapa de la infancia, pues cuando se es niño “todo vale” para hacer la tarea y conseguir una buena calificación o para ser el primero de la clase.
Pero resulta que a los adolescentes ya no les "emociona" tanto esta actitud. Por eso un buen consejo es que piensen más en la automotivación, no solo porque está más acorde con los intereses de su edad, sino porque también es una motivación más completa, más eficaz y, por supuesto, más formativa.
¿Cómo crear motivos para estudiar?
• Una estrategia efectiva es animar a los hijos a que desarrollen la motivación intrínseca o interna, mediante el elogio a su habilidad o a su esfuerzo.
• Para los hijos es motivador ver que sus padres estudian, aunque no sea necesariamente un programa académico de una institución universitaria. Lo importante es que tengan un modelo de padres que amen la lectura y se interesen por el conocimiento y la actualización en su profesión u oficio.
• Los padres pueden supervisar y apoyar las labores académicas de los hijos, quienes, a su vez, mostrarán curiosidad e interés por el aprendizaje, gustarán de las tareas desafiantes y disfrutarán resolviendo problemas por sí mismos.
¿Qué los desanima a estudiar?
• Los padres autoritarios. Ellos ejercen demasiada presión y ofrecen poco apoyo en las tareas. Estos padres insisten en que los niños hagan las tareas solos, son demasiado estrictos y restrictivos, y confían únicamente en la motivación extrínseca. Por consiguiente, sus hijos manifiestan menor aprovechamiento escolar.
• Los padres permisivos. Contribuyen, en gran medida, a que los hijos tengan bajo rendimiento escolar, puesto que no se involucran y no se interesan por sus actividades académicas. Los mandan a hacer las tareas pero sin supervisión ni apoyo, no hacen seguimiento, ni se cercioran de que en verdad las hicieron. Todos estos aspectos los desanima y no despierta en ellos amor e interés por el estudio.
Y la misión del maestro…
Las sugerencias antes descritas también pueden ser aplicadas por los maestros o profesores, de tal manera que contribuyan con el rendimiento académico de sus alumnos.
• Ellos pueden ayudar al estudiante si lo motivan, creen en él y si, en medio del grupo, resaltan sus fortalezas para que trabaje y mejore sus debilidades.
• Nunca deben comparar a sus estudiantes ni ridiculizarlos delante de sus compañeros de clase. Su labor debe estar siempre orientada a tratarlos como seres únicos.
• Deben generar expectativas optimistas del rendimiento académico. Ofrecerles apoyo y comprensión cuando se sientan frustrados. Exigirles con justicia en momentos de conflicto y de tensión.
Solo así, grandes y chicos podrán comprobar que forman parte de una experiencia positiva, placentera y de crecimiento personal. De esta manera, todos estarán realmente motivados.
Artículo editado para LaFamilia.info. Tomado de Apuntes de Familia, edición 11-01/13. Autor: Instituto de La Familia. Universidad de La Sabana.