“Me toca ver cómo los papás han ido perdiendo el control sobre los
hijos” afirma la reconocida psicóloga chilena Pilar Sordo en este
artículo, quien recuerda que la autoridad de padre no se puede convertir
en amistad, pues pierde todo sentido. A continuación publicamos apartes
del escrito.
Algo pasó con nuestra generación, la de los cuarenta. Parece que no
nos gustó cómo nos educaron o, lo que puede ser peor, no supimos
agradecer todo lo bueno que ésta tuvo. ¿Por qué? Se preguntarán ustedes.
Lo que pasa es que los adultos renegamos de la educación que nos dieron
y decidimos cambiarla por completo.
Es como si hubiéramos dicho algo así: 'lo pasé tan re mal con mis
padres estrictos; me faltaron tantas cosas cuando niño; tuve un padre
tan complicado y distante, que yo no quiero que mis hijos pasen por lo
mismo. Por eso yo, como papá y mamá, les voy a dar todo lo que pueda,
porque quiero que ellos sean felices'.
Así nació una generación de padres distintos. Esto, además,
apoyado por ciertas corrientes psicológicas que planteaban en forma
errónea que los padres debían ser amigos de sus hijos. Esta
frase tan internalizada en nuestra sociedad apunta y lo quiero dejar en
claro desde ya, a que los padres deben ser cálidos e incluso ser 'buena
onda' con los hijos; lo que pasa es que tiene que privilegiarse el rol
educador. Yo soy mamá y mi función es educar a mis hijos, y eso muchas
veces es una pega agotadora en la que tengo que poner límites, tomar
decisiones por ellos que muchas veces no les gustan, decir que no muchas
veces al día, y mantener una consistencia educativa que traspase mis
palabras, que esté amparada en los hechos.
Gran parte de los problemas que tienen nuestros hijos hoy, como la
escasa motivación por los estudios, baja tolerancia a la frustración, la
impaciencia y esta 'lata' generalizada, con una sensación de soledad
inmensa, se debe a que a los padres se nos olvidó ser autoridad.
Nosotros somos los que mandamos en la casa, nos guste o no; nosotros
decidimos qué se come o no se come, por lo menos, la mayoría de las
veces; nosotros decidimos si nuestros hijos van o no a ver a sus
abuelos, porque si no, ellos no lo van a hacer por propia voluntad y,
por lo tanto, van a crecer sin historia y sin valorar la experiencia.
Pérdida de control
Me toca ver cómo los papás han ido perdiendo el control sobre los
hijos, y dicen cada vez más frecuentemente frases como: 'No sé qué hacer
con mi hija', y cuando pregunto la edad, me entero de que tiene dos
años y medio; yo no sé lo que pretenden hacer cuando la niña tenga 15
años. También es frecuente escuchar a padres que les dicen a los
profesores: Dígale usted que se corte el pelo, porque a mí no me va a
hacer caso. O dicen: ¿Cómo lo obligo a hacer esto o aquello si no tiene
ganas?
La razón de todo este modo de funcionamiento se debe a un
sinnúmero de factores, entre los más importantes están: la tendencia
generalizada a evitar cualquier tipo de conflicto. Con tal de
no verle la cara larga a nuestro hijo somos capaces de hacer lo que él
quiere. Evitamos los conflictos todo el día, según nosotros porque
tenemos muchos problemas por fuera de nuestras casas como para tener
adentro de ellas y, por lo mismo, transamos en lo único en lo que no
debiéramos hacerlo: La educación de nuestros hijos.
Otro factor es el supuesto poco tiempo que pasamos con nuestros
hijos. Digo supuesto porque, en realidad, si un papá tiene una hora para
ver las noticias, tiene en realidad una hora para estar con sus hijos,
lo que pasa es que prefirió ver las noticias.
Miedo a ser mala onda
El tema de ser padres-amigos de nuestros hijos tiene muchas aristas,
algunas son sociológicas, como las que de alguna manera explicaba antes,
pero también tiene que ver con lo sensibles que somos los adultos de hoy al rechazo de nuestros hijos.
No queremos verles la cara larga, que nos digan que somos anticuados,
distintos a los padres de sus compañeros, que somos 'mala onda'. En realidad, queremos ser papás buena onda, aparecer como evolucionados y esto nos hace ser tremendamente ambiguos en nuestra forma de educar;
nos cuesta decir que no. Nos vamos en cuarenta explicaciones, somos los
reyes de los 'depende', con lo que metemos a los niños en una red de
inseguridades que les impide conocer qué es correcto y qué no y todo
parece permitido.
Las consecuencias de ser papás-amigos son muchas: los
niños no tienen un referente distinto de sus amigos para educarse,
desarrollan una pésima tolerancia a la frustración porque los padres no
les dicen que no, y si lo hacen, cambian fácilmente con ciertas
manipulaciones.
Los hijos se transforman en manipuladores porque ya saben que pueden
hacer lo que quieran, todo está en cómo lo pidan. Al final, los
adolescentes se sienten solos y poco seguros porque en un principio es
entretenido tener papás así, pero con el tiempo ellos empiezan a sentir
que necesitan de alguien que los guíe porque si no, se mueren de
angustia.
Los niños, en su desarrollo sano, necesitan límites,
disciplina y conductas fijadas por los padres, mezclado con el afecto:
es la fórmula para una buena educación. Ternura y disciplina
parece ser la clave. Más aún, es importante que se tenga claro que
mientras más claro es un padre o una madre en su forma de educar, más
expresiva y libre para
En general, de acuerdo con mi experiencia, me topo frecuentemente con
estos papás-amigos que no saben cómo salir del embrollo en que se
metieron un poco producto de su visión cortoplacista de 'total ya van a
crecer', 'son niños', ' le ponen mucho color', etc., y cuando quieren
poner límites cuando son más grandes, es demasiado tarde.
Existe otro porcentaje de papás que, aunque me duela decirlo, no está
'ni ahí' con educar a sus hijos; esos que contratan radiotaxi los fines
de semana por la 'lata' de tener que ir a buscarlos. Esos niños que
están literalmente 'a la que te criaste', sin ninguna norma. Y estos
padres tienen la “patudez” de decir que confían en sus hijos y por eso
no les ponen límites. También existen, los que están tratando de ser
amigos con sus hijos y les dicen a todo que bueno. ¿Cómo no les van a
comprar celular si todos tienen? Capaz que el hijo se traume, sin
entender que le están diciendo que vale desde que lo tiene y no antes.
Papás que les dan permiso para todo, que fuman con los hijos, que
toman con ellos para que 'aprendan', que les financian los piercing y la
ropa más rara que les piden. Papás que les permiten a sus hijos, por
miedo al rechazo, que reciban amigos en sus piezas, entendiendo que
ellos necesitan 'privacidad' y no son capaces de decir que para eso está
el living y no las camas.
Estos papás-amigos no colocan límites, pero tampoco dan mucho cariño,
no abrazan porque van a ser rechazados, no dicen 'te quiero' por temor a
hacer el ridículo y, por lo tanto, tampoco son consistentes en la forma
de educar.
Por supuesto que existen los que lo están haciendo bien, que ponen
límites, que retan cuando hay que retar, que cumplen los castigos y
también lo bueno, que entregan afectos, que tocan, que besan, aunque los
adolescentes los rechacen, ya que entienden que eso es una pose y que
no quiere decir que no lo necesiten. Son papás que entran a las piezas
de sus hijos aun cuando la puerta esté cerrada, que dicen 'te quiero',
pero con la misma claridad son capaces de decir que no, aunque eso
implique tener al 'niño' o la 'niña' con cara larga varios días. Quizás
es porque entienden que la educación es una siembra diaria, en la que la
cosecha no se ve de inmediato, y que, por lo tanto, hay que preocuparse
día a día.
Apartes de un artículo de la autora y psicóloga chilena Pilar Sordo
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