lunes, 23 de febrero de 2015

Fundamentación conceptual sobre el tema de este año: la vocación.


Durante el año pasado tuvimos contacto con realidades de pérdida del valor de la vida, desde situaciones de violencia del entorno barrial, hasta el intento de autoeliminación, o de llamado de atención de adolescentes. Como institución educativa cristiana, creemos que debemos ayudar a nuestros alumnos  a ver la vida como un regalo de Dios. Por este motivo, decidimos trabajar fuertemente el valor de la vida, ver la vida como un llamado de Dios, como una vocación.
Además, el Papa Francisco resolvió que este año 2015 sea dedicado a la vida consagrada. Vemos en este hecho una coincidencia para trabajar sobre nuestra vocación, en el entendido que una vez descubierta, ella llena de sentido nuestra vida. Esto no significaría un corte abrupto con lo trabajado en el 2014, es decir, con el objetivo de construir comunidad en base al lema “Somos muchos, somos Uno”, ya que, una dimensión de nuestra vocación es el llamado a vivir en comunidad.
            Creemos que la vocación surge del diálogo entre Dios y la persona[1]. Dios llama y esta llamada espera una respuesta de la persona. Por eso decimos que es un misterio[2] de encuentro, y como tal, se resiste a ser agotado en su significado, por eso no podemos más que aproximarnos a él diciendo algunas características.
 “La Vocación es la Voluntad de Dios Padre que, en Cristo, se manifiesta por el Espíritu Santo como llamado y espera una respuesta libre y responsable de quien lo recibe”[3].

            La Voluntad de Dios es “el sueño” que Dios Padre tiene para el ser humano, que no es otra cosa que la salvación y por tanto la felicidad[4]. Esta Voluntad es común a todos, es decir, universal[5]. Pero se revela y realiza en cada persona de forma distinta, y por esto es personal[6]. Además es integral porque implica todas las dimensiones de la persona. “Abarca toda la historia personal, da una visión global de uno mismo y permite una respuesta total por la que se vive y hasta se muere”[7].  Se revela en Cristo, y “se manifiesta por el Espíritu Santo, y gracias a Él es posible conocerla y discernirla”[8].
“Dios Padre sale de sí, por así decirlo, para llamarnos a participar de su vida y de su gloria…” DA 129.
La vocación es un don[9] gratuito, un regalo de su infinito Amor; no hemos hecho nada para merecerlo[10]. “Dios llama a quién quiere, cuando quiere, como quiere, aún cuando quien lo escucha se sienta indigno”[11].
Es un llamado a la humanidad entera, para “ser hijos en el Hijo”, para nuestra salvación, es decir, para entrar en íntima comunión con Él y ser felices; en otras palabras, es la vocación universal a la santidad[12].
El llamado personal “es permanente, porque engloba la totalidad de la vida y es para siempre”[13].  Es dinámico y situacional, porque es “encarnado”, es decir, tiene en cuenta las necesidades del mundo y la evolución de la persona; de esto también se deduce la necesidad de la formación permanente de nuestra vocación. Es carismático porque tiene en cuenta los talentos, capacidades, así como también las debilidades de la persona. Es concreto, invita a actuar, a transformar la realidad (en contra de los abstractos como “buscar la paz mundial” o “amar a la humanidad”).
Es un llamado del Espíritu Santo a la conciencia personal y espera una respuesta de la persona que le da a ésta identidad y sentido de vida. Esta respuesta debe ser libre y responsable, hacia Dios, hacia uno mismo y hacia los demás.
Se discierne a través de signos que pueden ser ordinarios o extraordinarios. Dentro de los signos ordinarios encontramos la recta intención, la voluntad libre y la idoneidad humano-afectiva, intelectual, espiritual y pastoral[14].
La vocación posee tres dimensiones: la humana, a ser persona; la cristiana o bautismal, a ser discípulo, y la eclesial, que define la opción permanente de vida. Se manifiesta como un único llamado que se puede vivir en tres opciones permanentes de vida: la sacerdotal, la religiosa y la laical[15], insistiendo en la llamada universal de los fieles a ser santos en la Iglesia.           El Vaticano II subrayó el llamado universal de los fieles a la santidad[16] recibido en el Bautismo. Las vocaciones específicas “canalizan” la respuesta a este llamado, a favor de los fieles y la Iglesia entera.[17]
           
“La Iglesia, que por propia naturaleza es “vocación”, es generadora y educadora de vocaciones. Lo es en su ser de “sacramento”, en cuanto “signo” e “instrumento” en el que resuena y se cumple la vocación de todo cristiano; y lo es en su actuar, o sea, en el desarrollo de su ministerio de anuncio de la Palabra, de celebración de los sacramentos, y de servicio y testimonio de la caridad”[18].
“La Iglesia, en lo más íntimo de su ser, tiene una dimensión vocacional, implícita ya en su significado etimológico: “asamblea convocada” por Dios. La vida cristiana participa también de esta misma dimensión vocacional que caracteriza a la Iglesia. En el alma de cada cristiano resuena siempre de nuevo aquel “sígueme” de Jesús a los apóstoles, que cambió para siempre sus vidas (cf. Mt 4,19).”[19]

            En síntesis:

- Toda persona recibe una vocación.
- La vocación tiene una dimensión universal (para todos): somos llamados a la existencia para amar y ser felices en plena comunión con Dios y nuestros hermanos. Aquí encontramos nuestra vocación a construir y vivir en comunidad.
- La vocación tiene una dimensión personal (individual): la vocación universal se concretiza en una persona concreta, con defectos y virtudes, con características espacio-temporales, socioeconómicas y culturales, carismáticas.
- La vocación responde al ideal de uno mismo, es decir, a llegar a ser la mejor persona que podemos ser, no que “pensamos” que podemos ser.
- Esta vocación, una vez descubierta y apropiada por la persona, le da identidad y sentido a la vida.
- La vocación exige esfuerzo y fidelidad, porque su meta es la plena felicidad de la persona. Exige dejar de lado otras propuestas de satisfacción a corto plazo, pero que llevan a la frustración de la persona.
Por estos motivos, consideramos de fundamental importancia orientar a nuestros adolescentes a descubrir su vocación, y ayudarlos a desarrollar sus capacidades para llegar a ser las mejores personas que pueden ser.



[1] cf. Beato Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal “Pastores Dabo Vobis” (a partir de ahora PDV), Vaticano, 25 de marzo de 1992,  36.
[2] PDV 38
[3] Silva, Carlos, Vocación: Don, identidad y misión, Montevideo, 2008, pág. 7.
[4] cf. 1 Tim 2,4.
[5] cf. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento Conclusivo (a partir de ahora DA), CELAM, Bogotá, Colombia, agosto de 2007,  276. “…Con perseverante paciencia y sabiduría Jesús invitó a todos a su seguimiento. A quienes aceptaron seguirlo, los introdujo en el misterio del Reino de Dios, y después de su muerte y resurrección, los envió a predicar la Buena Nueva en la fuerza de su Espíritu”. cf. también Mt 11, 28 y Mt 22, 9-10.
[6] cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal “Verbum Domini” (a partir de ahora VD), Vaticano, setiembre de 2010,  77.
[7] Silva, Carlos, Vocación: Don, identidad y misión, o.c., pág. 7.
[8] Ídem.
[9] cf. DA 111. “La propia vocación, la propia libertad, y la propia originalidad son dones de Dios para la plenitud y el servicio del mundo”; también  PDV 35.
[10] cf. Mc 3,13; Jn 15, 16, PDV 35.
[11] Silva, Carlos, Vocación: Don, identidad y misión, o. c., pág. 7.
[12] cf. PDV 19.
[13] Silva, Carlos, Vocación: Don, identidad y misión, o. c., pág. 8.
[14] Pablo VI, Decreto sobre la formación sacerdotal “Optatam Totius” (a partir de ahora OT), Vaticano, 28 de octubre de 1965,  6.
[15] LG 30 DA 446c vs CIC 207
[16] PDV19
[17] cf. LG 39-42; PDV 35.
[18] PDV 35
[19] Benedicto XVI, Mensaje al II Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones, Vaticano, 21 de enero de 2011.

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