Durante
el año pasado tuvimos contacto con realidades de pérdida del valor de la vida,
desde situaciones de violencia del entorno barrial, hasta el intento de
autoeliminación, o de llamado de atención de adolescentes. Como
institución educativa cristiana, creemos que debemos ayudar a nuestros
alumnos a ver la vida como un regalo de
Dios. Por este motivo, decidimos trabajar fuertemente el valor de la vida, ver
la vida como un llamado de Dios, como una vocación.
Además, el Papa Francisco resolvió que este año 2015
sea dedicado a la vida consagrada. Vemos en este hecho una coincidencia para
trabajar sobre nuestra vocación, en el entendido que una vez descubierta, ella
llena de sentido nuestra vida. Esto no significaría un corte abrupto con lo
trabajado en el 2014, es decir, con el objetivo de construir comunidad en base
al lema “Somos muchos, somos Uno”, ya que, una dimensión de nuestra vocación es
el llamado a vivir en comunidad.
Creemos que la vocación surge del
diálogo entre Dios y la persona[1]. Dios llama y esta
llamada espera una respuesta de la persona. Por eso decimos que es un misterio[2] de encuentro, y como
tal, se resiste a ser agotado en su significado, por eso no podemos más que
aproximarnos a él diciendo algunas características.
“La Vocación es la
Voluntad de Dios Padre que, en Cristo, se manifiesta por el Espíritu Santo como
llamado y espera una respuesta libre y responsable de quien lo recibe”[3].
La Voluntad de Dios es “el sueño” que Dios Padre tiene
para el ser humano, que no es otra cosa que la salvación y por tanto la
felicidad[4]. Esta Voluntad es común a todos, es decir,
universal[5]. Pero se revela y realiza en cada persona de
forma distinta, y por esto es personal[6]. Además es integral porque implica todas las
dimensiones de la persona. “Abarca toda la historia personal, da una visión
global de uno mismo y permite una respuesta total por la que se vive y hasta se
muere”[7]. Se revela en Cristo, y “se
manifiesta por el Espíritu Santo, y gracias a Él es posible conocerla y
discernirla”[8].
“Dios Padre sale de sí, por así decirlo, para llamarnos a
participar de su vida y de su gloria…” DA 129.
La vocación es un don[9] gratuito, un regalo de su infinito Amor; no
hemos hecho nada para merecerlo[10]. “Dios llama a quién quiere, cuando quiere,
como quiere, aún cuando quien lo escucha se sienta indigno”[11].
Es un llamado a la humanidad entera, para “ser hijos en el Hijo”,
para nuestra salvación, es decir, para entrar en íntima comunión con Él y ser
felices; en otras palabras, es la vocación universal a la santidad[12].
El llamado personal “es permanente, porque engloba la totalidad
de la vida y es para siempre”[13]. Es dinámico y situacional,
porque es “encarnado”, es decir, tiene en cuenta las necesidades del mundo y la
evolución de la persona; de esto también se deduce la necesidad de la formación
permanente de nuestra vocación. Es carismático porque tiene en cuenta los
talentos, capacidades, así como también las debilidades de la persona. Es
concreto, invita a actuar, a transformar la realidad (en contra de los
abstractos como “buscar la paz mundial” o “amar a la humanidad”).
Es un llamado del Espíritu Santo a la conciencia personal y espera
una respuesta de la persona que le da a ésta identidad y sentido de vida. Esta
respuesta debe ser libre y responsable, hacia Dios, hacia uno mismo y hacia los
demás.
Se discierne a través de signos que pueden ser ordinarios o
extraordinarios. Dentro de los signos ordinarios encontramos la recta intención,
la voluntad libre y la idoneidad humano-afectiva, intelectual, espiritual y
pastoral[14].
La vocación posee tres dimensiones: la humana, a ser persona; la
cristiana o bautismal, a ser discípulo, y la eclesial, que define la opción
permanente de vida. Se manifiesta como un único llamado que se puede vivir en
tres opciones permanentes de vida: la sacerdotal, la religiosa y la laical[15], insistiendo en la llamada universal de los
fieles a ser santos en la Iglesia. El
Vaticano II subrayó el llamado universal de los fieles a la santidad[16] recibido en el Bautismo. Las vocaciones
específicas “canalizan” la respuesta a este llamado, a favor de los fieles y la
Iglesia entera.[17]
“La Iglesia, que por propia naturaleza es “vocación”, es
generadora y educadora de vocaciones. Lo es en su ser de “sacramento”, en
cuanto “signo” e “instrumento” en el que resuena y se cumple la vocación de
todo cristiano; y lo es en su actuar, o sea, en el desarrollo de su ministerio
de anuncio de la Palabra, de celebración de los sacramentos, y de servicio y
testimonio de la caridad”[18].
“La Iglesia, en lo más íntimo de su ser, tiene una dimensión
vocacional, implícita ya en su significado etimológico: “asamblea convocada”
por Dios. La vida cristiana participa también de esta misma dimensión vocacional
que caracteriza a la Iglesia. En el alma de cada cristiano resuena siempre de
nuevo aquel “sígueme” de Jesús a los apóstoles, que cambió para siempre sus
vidas (cf. Mt 4,19).”[19]
En síntesis:
- Toda persona recibe una vocación.
- La vocación tiene una dimensión universal (para todos): somos llamados a la existencia para amar y ser felices en plena comunión con Dios y nuestros hermanos. Aquí encontramos nuestra vocación a construir y vivir en comunidad.
- La vocación tiene una dimensión personal (individual): la vocación universal se concretiza en una persona concreta, con defectos y virtudes, con características espacio-temporales, socioeconómicas y culturales, carismáticas.
- La vocación responde al ideal de uno mismo, es decir, a llegar a ser la mejor persona que podemos ser, no que “pensamos” que podemos ser.
- Esta vocación, una vez descubierta y apropiada por la persona, le da identidad y sentido a la vida.
- La vocación exige esfuerzo y fidelidad, porque su meta es la plena felicidad de la persona. Exige dejar de lado otras propuestas de satisfacción a corto plazo, pero que llevan a la frustración de la persona.
Por estos motivos, consideramos de fundamental
importancia orientar a nuestros adolescentes a descubrir su vocación, y
ayudarlos a desarrollar sus capacidades para llegar a ser las mejores personas
que pueden ser.
[1] cf. Beato Juan Pablo II, Exhortación Apostólica
Postsinodal “Pastores Dabo Vobis” (a partir de ahora PDV), Vaticano, 25 de
marzo de 1992, 36.
[2] PDV 38
[3] Silva, Carlos, Vocación: Don, identidad y
misión, Montevideo, 2008, pág. 7.
[4] cf. 1 Tim 2,4.
[5] cf. V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, Documento Conclusivo (a partir de ahora DA),
CELAM, Bogotá, Colombia, agosto de 2007,
276. “…Con perseverante paciencia y sabiduría Jesús invitó a todos a su
seguimiento. A quienes aceptaron seguirlo, los introdujo en el misterio del
Reino de Dios, y después de su muerte y resurrección, los envió a predicar la
Buena Nueva en la fuerza de su Espíritu”. cf. también Mt 11, 28 y Mt 22, 9-10.
[6] cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica
Postsinodal “Verbum Domini” (a partir de ahora VD), Vaticano, setiembre de
2010, 77.
[7] Silva, Carlos, Vocación: Don, identidad y
misión, o.c., pág. 7.
[8] Ídem.
[9] cf. DA 111. “La propia vocación, la propia
libertad, y la propia originalidad son dones de Dios para la plenitud y el
servicio del mundo”; también PDV 35.
[10] cf. Mc 3,13; Jn 15, 16, PDV 35.
[11] Silva, Carlos, Vocación: Don, identidad y
misión, o. c., pág. 7.
[12] cf. PDV 19.
[13] Silva, Carlos, Vocación: Don, identidad y misión,
o. c., pág. 8.
[14] Pablo VI, Decreto sobre la formación sacerdotal
“Optatam Totius” (a partir de ahora OT), Vaticano, 28 de octubre de 1965, 6.
[15] LG 30 DA 446c vs CIC 207
[16]
PDV19
[17]
cf. LG 39-42; PDV 35.
[18]
PDV 35
[19] Benedicto XVI, Mensaje al II Congreso
Continental Latinoamericano de Vocaciones, Vaticano, 21 de enero de 2011.
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